Cae la noche y los vagones de la ex línea Sarmiento parecen tener poco que ofrecer a la imaginación más que la imagen de gente cansada que vuelve del trabajo. En esa atmósfera de rutina y desencanto, entre mendigos y pungas, Gastón Hache Almada aparece. Rompe el hielo con alguna palabra al aire y ofrece alguno de sus “libritos”, unas fotocopias abrochadas y bien diseñadas. La leyenda que acompaña promete un viaje a mundos de fantasía, dependiendo del combustible intelectual del lector.
“Lo que me interesa es cautivar al lector de 7 a 10 minutos y dejarles algún mensaje”, explica Gastón y prende uno de los 10 cigarrillos que va a fumar en el lapso de una hora. “Yo no escribo por placer o porque no puedo evitarlo como hacen los escritores de verdad, yo no escribo nada que no vaya a publicar, lo tomo con mucha presión, lo sufro”.
Buscavidas
Contrariamente a lo que se espera, nunca le gustó escribir y nunca lo hizo hasta los 18 años, cuando gracias a una ex novia que le escribía cartas de amor empezó a reciclar ese material en nuevos poemas para otra conquista. Tampoco fue un gran lector (“Leí muy pocos libros pero con la suerte que me gustaron, como Wilde y Nietzsche”), por lo que su faceta de autor llegó casi de forma sorpresiva.
“Vengo de familia de ‘buscas’ y siempre trabajé en negro y llegando tarde. Fui camarero, empleado de imprenta, hasta llegué a vender vinchas de Luis Miguel cuando venía a la Argentina”, explica y jura que se conformaba con salir de ahí con “500 pesos y un par de teléfonos anotados”.
En una de esas ‘búsquedas’, decidió publicar su propio material y venderlo, a pesar de tener sólo séptimo grado completo. Comenzó en Cabildo y Juramento (“donde vendía uno o dos por día”), hasta que un viaje en subte le mostró el camino. En una pasada, vendió 17 de los 23 libros que llevaba y nunca más se bajó de los trenes, aunque ahora se limita a los ramales Sarmiento y Roca. Según él, ya vendió más de 500 mil con 10 títulos propios y de otros autores con su editorial “Alterarte-S-tudios”, de la cual se declara presidente, limpiabaños y único miembro. Por lógica, es el escritor más leído de los últimos años.
Reacciones
Sin embargo, más que en la propia escritura (la cual jura que quiere dejar porque “nadie escribe feliz”) le empezaron a interesar las reacciones de la gente. “Para mí es una linda presión desfilar entre 300 personas por vagón y ofrecerles algo que hacés vos y darle todo el derecho a decirte que es una mierda. Me pasó millones de veces que te digan ‘quien te da derecho a darme pornografía’, o en el otro extremo, el ‘nunca leí algo como esto’”.
En el aprendizaje tuvo que pagar el derecho de piso con los otros vendedores ambulantes (“al principio no te queda otra que agarrarte a piñas mil veces”) y a descubrir el precio exacto para su obra. Hoy están cotizadas en $3 (“porque si lo cobrás $2 no te lo respetan y te lo roban y si lo cobrás $5 no te los compra nadie”).
“Yo estoy seguro que soy un pobre tipo que reparte papelitos en el tren, pero también se que soy uno de los escritores más leídos de los últimos tiempos, vivo en ese equilibrio. Por eso a veces me saco cuando músicos, rastas, punkies o estudiantes no me agarran el libro. Es un rechazo que lo espero de otros sectores, no de gente con la que podría compartir una canción o una película”, explicó.
Para leer de noche
Un repaso por la obra de Almada plantea un viaje por escenarios marginales y con la sexualidad siempre presente. Sin embargo, busca rescatar algún contenido de ese viaje. “Si hiciese poemas de amor me lleno de guita, pero mis libros no son para leer de día. Y publico cosas como ‘La bombacha apretaba sus testículos’ que la señora o doña rosa puede decir ‘¿qué me estas dando?’. El gran objetivo que tengo es incentivar a la lectura y fomentar la empatía”.
“En el último libro quería mostrarle a la gente que no es tan descabellado chuparse una pija, que no es tan descabellado tener otra elección sexual, por eso armé una historia gay con el negro Enrique y Maradona”, explicó. Y esto lo llevó a publicar a otros autores gays, lesbianas y travestis.
“Lo primero que publiqué que no fue mío fue la antología ‘Conchudas’, realizada por autoras. Había un cuento loco que era muy parecido a la metamorfosis de Kafka, nada mas que en vez de convertirse en un bicho era una mujer que no paraba de crecerle la vagina. Después salió el de travestis, con una reacción increíble”, explica. Y se resigna a la fórmula de que “siempre va a haber gente que te lo devuelve enojada y otra que te lo compra medio a escondidas”.
Con los cortos
A esta altura queda claro que Gastón no se rige por horarios ni convenciones. “Yo nunca pagué luz, agua ni teléfono y no tengo registro de haber entrado a un banco, aunque me llama la atención de afuera. Es más, me enfermé después de cómo 20 años y cuando entré al hospital no sabia bien que decir, ni como se hacía”, confiesa. De estas experiencias y de los años que vivió en la calle provienen varios de sus libros.
A pesar de haber tenido “hits” literarios como la “Carta Abierta de Don Ramón” que luego derivó en “¿Quién mató a doña Florinda?” (un conjunto de piezas literarias a partir de la vecindad del Chavo) y de referencias constantes a “Los Simpsons” y personajes como Chiche Gelblung (por citar alguno), Almada ya no quiere escribir.
“Quiero hacer cine. Una vez hicimos 7 cortometrajes pero se perdió todo el material por una tragedia con la computadora. Pero me quedó toda la experiencia para volver a hacerlos. Mi idea sería ponerlos en un CD adentro de los libritos. Si algún día logro que 100 familias apaguen la tele aunque sea media hora para ver alguno de los cortos, ese día llamo a Crónica, me subo a la punta del obelisco y me masturbo con una carcajada de alegría”, aseguró. Y en ese momento ya no escribir más. Porque nadie escribe feliz.
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